viernes, 30 de marzo de 2007

Capítulo 2: "De aquí a la eternidad"

HABITACIÓN PRÍNCIPE ERIK, CASTILLO ESPEJO.

Einon sostenía a Catalina entre sus fuertes brazos. A gritos llamó al curandero, pues pensaba que la joven estaba herida.

La llevaron raudamente a su habitación. Erik intentó levantarse, pero una mirada de su hermano bastó para que desistiera. Erik se sintió extraño, ya que percibió un quiebre en el ambiente que lo llenó de incertidumbre.

ENTRE TINIEBLAS, LUGAR NO IDENTIFICADO.

Catalina corría a duras penas por un suelo extraño, en el que parecía que sus pies se quedaban atrapados. Cada paso era más difícil que el anterior, hasta que la joven cayó al suelo, indefensa.

De pronto escuchó el sonido de espadas chocando una contra otra. Levantó la cabeza y vio cómo dos hombres se debatían a duelo. El uno era un hombre alto y llevaba una corona, el otro, un jovencito. De pronto, el joven dio una certera estocada en el cuello del hombre, quien giró y miró a Catalina, mientras caía al suelo, derramando su sangre alrededor.

Catalina gritó de horror.

HABITACIÓN CATALINA, CASTILLO ESPEJO.

Catalina despertó gritando. Einon estaba frente a ella y, solícito, la abrazó. La joven respiraba agitada. Miró a Einon muy asustada, pero sin decir una palabra, ya que la imagen que viera aún le hería el corazón.

En ese momento, entraron la vieja dama de compañía de Catalina y el curandero. La mujer le dio a su señora un poco de agua, mientras el hombre se acercaba para examinarla. Ella se dejó, aunque no permitió que Einon se apartara de ella.

La angustia llenaba su alma de dudas y miedo.

DÍAS DESPUÉS. CASTILLO ESPEJO.

El castillo entero hervía en actividad. Todos, desde los siervos hasta el último centinela, corrían para dejar el castillo listo para la boda a celebrarse al día siguiente. Los pajes limpiaban las armaduras de sus caballeros, las damas trabajaban afanosas en terminar los bordados del ajuar de la novia, mientras los niños recogían flores en los alrededores del castillo, acompañados por una guardia numerosa de soldados.

Entre tanto, Catalina y Einon paseaban por el pequeño jardín en el que se cultivaban plantas medicinales. El episodio del desmayo había sido olvidado por completo, aunque Catalina no le confío a Einon lo que viera en sus visiones. Pensó que tal vez sólo fueran producto de la preocupación que sentía por Erik y el ataque que sufrieran. O quería preocupar a Einon sin razón.

-Einon, es hermoso, verdaderamente hermoso este lugar -dijo, feliz, mientras pasaba sus manos por entre las flores y hojas.
-Sí... este jardín era el rincón favorito de mi madre, creo que ella estaría gustosa de que tú lo cuidaras –dijo él, nostálgico. Catalina sonrió, pero pronto cambió su expresión.
-Yo quería pedirte un favor -él la miró interesado-. Cuando veía camino de Espejo, vi una cascada, creo que la llaman la Cascada de la Eternidad –Einon asintió. Se miraron unos segundos en silencio. Catalina no se atrevía a decirle. Einon sonrió, instándola a continuar hablando, pero ella mantuvo su silencio. Einon suspiró.
-Y tú quieres ir –dijo él. Ella bajó la mirada, incómoda.- Pero mi señora, es arriesgado salir del castillo ahora, no sabemos si aquellos hombres aún están por estos lugares.
-Pero yo quiero... yo quiero ir a esa cascada contigo -él la miró por unos instantes, y no pudo resistir esos ojos suplicantes-. Quiero que nuestra vida juntos esté llena de felicidad y creo que el poder de esa cascada podría protegernos.
-¿Crees en esa superstición? -ella asintió-. De acuerdo, iremos, pero Alexander y sus hombres vendrán con nosotros.

Catalina sonrió feliz.

HABITACIÓN PRINCIPE ERIK, CASTILLO ESPEJO.

El príncipe Erik descansaba bajo la atenta mirada del curandero. Todo había salido bien, las heridas cerraron rápido, pero aún debía recuperar las fuerzas. El curandero hizo la última revisión a su paciente, y luego le ofreció un vaso con un extraño líquido verde.

-¿Qué es eso? -preguntó el joven, receloso.
-Un tónico que le hará bien, bébalo, mi señor -Erik se apartó un poco, riendo, al tiempo que el curandero insistía en acercarle el vaso.
-Soy valiente, pero no suicida, ¿qué es esa cosa? -Erik ponía su mano entre el vaso y su boca.
-Es para que recupere las fuerzas, mi señor -insistía el hombre.
-No, a mí no me engañas... conozco tus medicinas, así que no tomaré nada que provenga de tus manos.

En ese momento, Catalina entraba a la habitación seguida de Einon.

-Pero tal vez algo que venga de las mías sí -dijo ella, con suavidad.
-¡Lady Catalina! Qué alegría verla, mi señora.

Erik sonreía, mientras ella se acercaba para revisar sus heridas.

-Ya estás bien, pero deberías tomar le medicina que dejé para ti, Erik -Catalina giró y miró cómplice al curandero. Él hizo una leve inclinación.
-¿Segura? -Erik tragó saliva.
-¿Dudas de mí? –preguntó ella, digna.
-No, no, no eso -dijo el joven, como disculpándose-. De acuerdo, tomaré esa... esa cosa.

El curandero le pasó el vaso con medicina y Eric apuró el trago. Por unos segundos lo mantuvo en la boca, a punto de escupirlo, pero el orgullo y las miradas de su hermano y futura cuñada lo obligaron a tragarlo. Sonrió débilmente y se dejó caer en la cama.

-Qué asco -dijo casi para si. Los demás sonrieron.
-Nosotros nos retiramos, llevaré a lady Catalina cabalgar, cuida bien de mi hermano -dijo al curandero. El hombre se inclinó, mientras Erik los miraba picarón.
-A la cascada, querrás decir -bromeó el príncipe. Einon torció el gesto, tomó el vaso de la medicina y amenazó con él a su hermano. Erik hizo ademán de defenderse, pero el juego se vio interrumpido, porque el viejo rey Elios entraba en ese instante. Todos se inclinaron, saludándolo. Algo en el ambiente pareció cambiar. Erik se sintió incómodo.

El rey caminó en silenciosa majestad hasta el lecho de su hijo, el joven príncipe se acomodó, nervioso. Elios lo palmoteó en la espalda, sonriendo levemente.

-Me alegra verte bien, hijo mío. Veo que las manos de lady Catalina son mágicas -la joven bajó la mirada turbada-. El asunto que me trae es importante –miró fijamente a Erik, quien lo miró con gesto serio, aunque preocupado.
-Nosotros nos retiramos, padre –dijo Einon, haciendo una leve reverencia. Catalina lo imitó.
-Vayan con Dios, hijo mío.

La pareja abandonó la habitación. Elios dedicó una mirada dura al curandero, quien hizo una inclinación y se retiró. Luego, suspiró.

-Hijo, necesito que me digas todo lo que pasó en el bosque.

La voz del rey sonó tan impersonal, que Erik tragó saliva. ¿Qué estaba pasando?

CERCANÍAS CASCADA DE LA ETERNIDAD.

Einon, Catalina, Sir Alexander y el resto de la escolta cabalgaban a trote ligero, aunque manteniendo los ojos en constante movimiento, listos ante cualquier ataque. Por lo menos se sentían un poco más seguros, ya que en los últimos días no se había registrado ningún ataque a las caravanas o jinetes que pasaban por el Bosque del Llanto.

Pronto llegaron a la cascada. La frescura de las microgotas de agua los alcanzó, alegrándoles el alma, haciendo que dejaran atrás sus preocupaciones. Catalina sonrió. Einon la ayudó a bajar del caballo, ella lo tomó de la mano y, casi arrastrándolo, lo llevó hacia la orilla de la lagunilla que se formaba a los pies de la caída de agua.

Alexander y los demás se mantuvieron a distancia, vigilantes.

CASCADA DE LA ETERNIDAD.

La pareja caminó en silencio hasta la orilla de la lagunilla. Catalina observaba el lugar fascinada, mientras Einon sólo tenía ojos para ella. Finalmente, Einon se agachó y tomó un poco de agua en sus manos y mojó con ella las manos de su novia. La miró fijamente a los ojos y susurró, [i]“te amaré de aquí a la eternidad”[/i]. Ella sonrió feliz y lo besó con pasión. A su alrededor, todo pareció brillar.

CATACUMBAS, CONVENTO EN RUINAS.

En lo más profundo de las catacumbas, los hombres proscritos del otrora poderoso castillo de la Cruz del Sur discutían su situación. Cedric guarda silencio, mientras sus hombres expresan su furia y frustración ante la oportunidad perdida.

-¡Fue una estupidez dejar con vida al hijo del asesino! ¡Tenías en tus manos la oportunidad de pagar con sangre la ruina de Cruz del Sur y la muerte de tu padre! -vociferaba Sir Fernande, furioso, al tiempo que gesticulaba exageradamente.
-Fernande tiene razón, Cedric, fue la mejor oportunidad -dijo otro, aunque manteniendo la distancia. Cedric los miró serio.
-Sí, tal vez, pero ya pasó y ahora hay que pensar en lo que haremos de aquí en adelante –respondió, sin moverse de su lugar. Fernande lo miró con odio.
-¿Lo que haremos de aquí en adelante? ¿Cómo es eso? ¿Acaso quieres olvidar la muerte de tu padre? ¿Acaso eres un maldito cobarde?

Cedric se movió muy rápido y agarró a Fernande casi por el cuello. Luego, lo empujó contra la pared. Sir Galaen y Sir Darius fueron a separarlos.

-Nadie me dice cobarde, nadie y tú más que nadie sabe lo que guarda mi corazón, Fernande, así que no me provoques -los ojos de Cedric parecían relampaguear de ira. Galaen tiró de él para separarlo de Fernande, mientras Darius alejaba al provocador.
-No vale la pena pelear entre nosotros, caballeros, el enemigo está en Espejo -dijo Galaen.

Cedric se alejó en silencio, presa de la pena y la frustración. Darius se llevó a Fernande a un rincón.

-Ya basta, ¿qué crees que haces? No te dejes llevar por tus impulsos, Fernande. Tal vez fue mejor así, la muerte prematura del hijo del traidor no nos serviría de nada -dijo Darius.
-Qué sabes tú, si lo único que haces es esconderte tras las faldas de Cedric -le respondió Fernande, con desprecio. Darius llevó una mano a su espada, pero fue detenido por Galaen.
-¡Basta! Fernande, será mejor que te retires y pienses muy bien en lo que dices y haces. No necesitamos más muertos en el grupo, bastante falta nos hace sir Caren como para que perdamos uno más –las palabras duras de Galaen terminaron con la disputa. Fernande los miró furioso y se perdió en uno de los pasillos de las catacumbas. Darius soltó su espada y se fue en sentido contrario a Fernande. Galaen movió la cabeza preocupado. Se acercó a Cedric.
-¿Qué harás ahora? –Galaen percibió que algo extraño pasaba con Cedric, pero, como siempre, esperó que fuera el mismo príncipe quien hablara. Pero esta vez, Cedric guardó silencio. Se sentía muy confundido como para contar lo que sentía.
-Yo... necesito estar solo, Galaen, iré a la cascada. Que nadie me siga. Quedas a cargo -Galaen asintió en silencio. Cedric tomó sus armas y se retiró. Galaen y Darius se miraron preocupados.

CASTILLO ESPEJO.

Los preparativos para la boda estaban casi listos. Guirnaldas de flores, cintas de colores y emblemas, que en conjunto daban vida a las frías piedras que formaban la fortaleza. La alegría se pintaba en todos los rostros y por un tiempo parecía que no existían la diferencias entre sirvientes y servidos. Todos trabajaban codo a codo por el matrimonio que prometía una larga prosperidad.

HABITACIÓN LADY CATALINA, CASTILLO ESPEJO.

Lady Catalina miraba sonriente la actividad en el castillo. De pronto, su vieja dama de compañía entró en la habitación, anunciando la llegada del príncipe Erik. Lady Catalina lo saludó afectuosamente.

-Gracias por venir, Erik... puedes retirarte, ama -la vieja señora hizo una reverencia y se fue.
-¿Para qué me necesitas, mi señora? -dijo él, mientras se sentaba en una silla que ella le indicó.
-Quiero hacer algo, pero que nadie se entere, ya bastantes preocupaciones tiene Einon como para satisfacer oto capricho mío.
-¿Otro? -Erik la miró curioso. Ella asintió. Erik se acomodó en su asiento, ya que le gustaba hacer cosas secretas. En cierta forma, aún conservaba su yo travieso que tantos dolores de cabeza le trajeran a Einon en el pesado-. Si es para contrariar a mi hermano, cuenta conmigo -rió.
-Quiero ir a la Cascada de la Eternidad.

Erik la miró desconcertado.

-¿A la cascada? Pero... ¿ayer estuvieron ahí, cierto? -ella asintió-. ¿Entonces, por qué deseas ir otra vez?
-No lo sé –Catalina se levantó y caminó hacia la ventana. Erik la observó con atención-. Es sólo algo que siento aquí –se llevó una mano al pecho-. Necesito ir allá.

Erik evaluó la situación. El peligro era grande si iban sin escolta, y si Einon se enteraba que habían salido solos, el disgusto no esperaría. ¿Cómo hacerlo sin que supieran? Además, su instinto le decía que Einon no le perdonaría que estuviera a solas con Catalina lejos del castillo, sabía que era celoso, aunque no lo demostrara. Pero eso también era un estimulante para contrariarlo, porque Einon era demasiado correcto y todo lo tenía bajo control absoluto, algo que a Erik lo desesperaba. Siempre prohibiendo, siempre no. Sonrió malicioso.

-Bien, cuñada. Tus deseos son órdenes para mí, pero... no sé cómo lo haré para que nadie nos vea... –ella lo miró esperanzada-. Podríamos salir por el pasaje secreto que pasa bajo el castillo y saldríamos al muelle del lago, pero... -se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro- bueno, lo único que podríamos hacer es salir esta noche, muy tarde, a la hora en que los centinelas se quedan dormidos -Erik sonrió-. El problema son los caballos, a menos que... -Catalina guardaba silencio- a menos que en el pueblo nos...

En ese momento, Einon entró en la habitación. Por unos segundos miró fijamente a su novia y hermano al descubrirlos a solas. Erik se sintió incómodo, pero Catalina salvó la situación. Caminó sonriendo hacia Einon, borrando del rostro de él cualquier signo de molestia. Él le tomó las manos y se las besó.

-Einon, mi señor, ¿qué necesitas de mí? -dijo ella, tratando de evitar que Einon preguntara por la presencia de Erik.
-Nada, mi señora, sólo vine a avisar que me ausentaré hasta mañana temprano. Iré con mi padre y parte de la tropa a recibir a las últimas caravanas que vienen a la boda. Queremos evitar que los ladrones los ataquen -Erik evitó sonreír y Catalina disimuló su alegría por la noticia. Todo se estaba dando a pedir de boca.

CASCADA DE LA ETERNIDAD, NOCHE.

Cedric caminaba cabizbajo. Sus pensamientos estaban con aquella joven que ahora se encontraba en el castillo Espejo, pero también estaban en la venganza. Cedric tuvo en sus manos el destino del príncipe de Espejo, sin embargo, aunque Perla no lo hubiese detenido, no lo habría asesinado. Su plan era capturarlo y provocar al rey Elios. Pero, ¿sería correcto? ¿No se estaría convirtiendo en algo peor que Elios?

-¿Qué es lo que te atormenta, príncipe Cedric? -la voz queda de Escarlata hizo que el corazón de Cedric saltara en su pecho. Siempre aparecía cuando más la necesitaba. Cedric miró su reflejo en el agua.
-Nada de lo que tú no sepas, Escarlata -los ojos tristes de Cedric conmovieron a Escarlata, quien se materializó junto a él.

ORILLAS DEL LAGO ESPEJO, NOCHE.

Un bote de detuvo a orillas del lago. Desde él descendieron presurosas dos figuras encapuchadas. Se dirigieron a paso ligero hacia los árboles cercanos, donde los esperaba un sirviente con dos caballos.

-Vamos, debemos movernos rápido, lady Catalina -susurró Erik oculto tras la capucha.

Llegaron junto a los caballos y ya se disponían a subir a ellos, cuando sintieron los pesados pasos de varios caballos que los rodearon. Catalina se ocultó tras Erik.

En un primer momento, Erik pensó en los ladrones del Bosque del Llanto y sacó su espada, dispuesto a pelear.

-Baja tu arma, príncipe Erik, no es necesaria -era la voz tranquila de sir Alexander. Erik guardó su espada.
-Sir Alexander, buen susto nos diste.
-Sí, pero tú eres muy imprudente, príncipe Erik. ¿Adónde ibas con tanta prisa y sigilo? ¿Y por qué lady Catalina quiere huir del castillo, aprovechando que su novio no está? -lady Catalina bajó su capucha, dejando al descubierto su rostro y cabello suelto al viento. Era una visión angelical que turbó a los hombres.
-No estaba huyendo, sir Alexander. Sólo pedí a Erik que me llevara a la Cascada de la Eternidad -respondió ella sin un ápice de nerviosismo en su voz. Los hombres de Alexander la miraron en silencio, impresionados por su regia actitud. Alexander bajó de su caballo y se paró frente a la joven.
-Mi señora, si algo le pasara, el príncipe Einon no nos lo perdonaría. Volvamos al castillo -Alexander ofreció su mano a lady Catalina, pero ella retrocedió unos pasos.
-Nada malo me sucederá, el príncipe Erik irá conmigo. No tardaremos -respondió ella, decidida. Erik miraba a Alexander sin hacer un gesto. Ella le mantuvo la mirada. Alexander, sorprendido, no atinaba a responder. Finalmente, movió la cabeza y habló.
-Bien, ya que no puedo imponerme a usted, mi señora, iré con usted y el príncipe.
-No, muchas gracias, sir Alexander.
-Pero, mi señora...
-No, nos moveremos más rápido y en silencio solos, confío en Erik -y sin decir más, subió a su caballo. Erik hizo lo mismo en silencio y juntos partieron, perdiéndose rápidamente entre los árboles. Sir Alexander le pidió a dos de sus hombres que los siguieran.

CASCADA DE LA ETERNIDAD.

Cedric permanecía en silencio junto a Escarlata, quien lo miraba con ojos llenos de ternura y comprensión. Sabía que él sufría mucho, pero poco podía hacer para aliviarlo de la carga que significaba vengar la muerte del rey de la Cruz del Sur. Muy poco.

-Escarlata, ya no sé si es correcto odiar tanto... ya no sé si es correcto lavar con sangre la tumba de mi padre. Tanto tiempo ha pasado y nada logramos, absolutamente nada. Estoy cansado, cansado de toda esta masacre, cansado de luchar, cansado de vivir escondido y... -Cedric guardó súbito silencio. Miró hacia otro lado, ya que estuvo a punto de revelar el verdadero motivo por el que se sentía tan desdichado. Escarlata lo acarició en la mejilla.
-Hay algo más, ¿no es cierto?

Cedric le tomó una mano y la besó con cariño. Luego, bajó la cabeza, triste. Ella lo acarició en la cabeza, tal como una madre con su hijo. Sí, como una madre, tal como había sido ella para él durante los últimos veinte años. Cedric levantó la cabeza, con los ojos brillantes por las lágrimas que se habían acumulado en ellos.

-Yo...
-Shht, silencio... -dijo ella, poniendo atención-. Se acercan dos caballos, debes esconderte, ¡pronto!

Cedric no esperó ni un segundo y desapareció entre los matorrales cercanos, desde donde observó la llegada de los extraños.

Erik avanzó hacia la cascada, observando atentamente a su alrededor. Cuando se sintió seguro, bajó del caballo y ayudó a lady Catalina a bajar del suyo. Por unos instantes la tuvo en sus brazos y sintió que un escalofrío le recorría la espalda. El pulso se le aceleró y la miró fijamente a los ojos. Catalina le devolvió una mirada de curiosa. Erik reaccionó, alejándose de ella en el acto.

-Perdón, yo... voy a revisar los alrededores, no tardaré mucho -Erik se alejó turbado. Catalina lo vio alejarse, luego, caminó hacia la lagunilla y se arrodilló, observando su reflejo en el agua, alumbrado por la sepulcral luz de la luna nueva.

Cedric sintió que el corazón se le saldría por la boca al ver a lady Catalina. Indeciso, retorcía sus manos, presa de la ansiedad. Escarlata observaba en silencio y confirmó sus sospechas: el amor había tocado el alma de su querido Cedric. Sonrió y desapareció.

El príncipe proscrito se deslizó como un fantasma, hasta situarse justo tras Catalina, quien estaba absorta mirando la lagunilla. De pronto, la concentración de la dama se vio interrumpida por la suave respiración de Cedric cerca de ella. Giró asustada, rozando con sus pies el agua.



Fue un instante en que todo pareció desparecer a su alrededor. Cedric, cautivado por la belleza de la joven, tendió su mano hacia ella en silencio. Las palabras estaban de más. Ella, hechizada por aquellos ojos oscuros en los que parecía perderse, puso su mano en la de él. Cedric avanzó un paso, rozando el agua. Lo que pasó nadie más que las almas descarnadas que por ahí pasaron, vieron. Una luz extraña pareció rodearlos, y una felicidad que nunca antes habían sentido, los invadió. Cedric y Catalina comenzaron a alejarse de la cascada, adentrándose en el bosque, sin prestar atención a nada más que ellos mismos.

LINDES DEL BOSQUE DEL LLANTO, LÍMITE CON LAS PRADERAS DE LA UNIÓN.

El rey Elios había establecido el campamento poco después de la puesta del sol. Su pequeño ejército de caballeros y soldados se había topado con las caravanas de invitados a la boda en las Praderas de la Unión, por lo que aún se encontraban a salvo de la amenaza de los ladrones del bosque.

Einon descansaba recostado sobre una roca, mirando la luna e imaginando que era el rostro de su amada Catalina. De pronto, sintió en su pecho una opresión tan grande, que sintió que le faltaba la respiración y, por unos segundos, la luna pareció teñirse de rojo.

Einon supo que algo grave había pasado en su ausencia.

CASCADA DE LA ETERNIDAD Y ALREDEDORES.

Erik regresó a la cascada a buscar a Catalina para llevarla de vuelta al castillo. Aún se sentía perturbado por lo que sintiera teniendo a lady Catalina en sus brazos, y se reprochaba por eso.

Llegó al lugar en que la dejara, pero no la encontró. Preocupado, miró hacia todos lados, prestando atención a las huellas cerca de la orilla. Descubrió las de lady Catalina y otras junto a las de ella. Desesperado, sacó su espada y siguió las huellas que se alejaban de la cascada. A los pocos minutos, vio a lady Catalina y a un hombre. Sin pensarlo dos veces, se lanzó contra él.

Cedric vio venir a Erik y de un suave movimiento puso a lady Catalina tras de si, protegiéndola. Sacó su espada y detuvo el ataque del joven príncipe. Intercambiaron unos cuantos golpes, pero pronto, Cedric desarmó a Erik, lanzando la espada de éste lejos. Un último movimiento y Erik se vio con la espada rozándole el cuello.

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